sábado, 27 de febrero de 2021

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA.

 «De subir al monte a transfigurar el camino»  

II Domingo de Cuaresma − Ciclo “B” 

 

 

 

Las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma muestran varios elementos que remiten a la manifestación de Dios al hombre. En efecto, el evangelio de este domingo es el relato de la transfiguración, una teofanía o epifanía, que ocupa un lugar central en los evangelios sinópticos (cf. Mc 9,2-8; Mt 17,1-8; Lc 9,28-36). La primera lectura, conocida como el sacrificio de Isaac (Gén 22,119), ofrece el significativo diálogo entre Abrahán y el ángel del Señor: no es un relato sobre la inmolación de su primogénito en el monte Moriah, sino la bendición de Dios que resuena hoy como promesa a su pueblo. 

En el relato de la Transfiguración, se ha interpretado la presencia de Moisés y Elías como dos personajes que representan el conjunto de las Escrituras de Israel, la Ley y los Profetas. Más que una lectura tipológica, donde un personaje sustituye a otro, es posible establecer una lectura dialógica, en la medida que los tres personajes de la transfiguración −Moisés, Elías y Jesús− fueron figuras proféticas, que experimentaron la oposición, el rechazo y el sufrimiento de manos de su propio pueblo.  

La lectura en diálogo de las Sagradas Escrituras requiere tiempo, dedicación y atención. En cualquier ámbito de la vida, no se puede pretender alcanzar de manera rápida y fácil lo que conlleva tiempo y esfuerzo. La lectura tipológica corre el riesgo de valorar o vivir una etapa de la vida como preparación para otra, es decir, considerar el Antiguo Testamento únicamente como una preparación para el Nuevo Testamento. Es como si se considerase la infancia como preludio de la adolescencia; la juventud como una etapa preliminar de la edad adulta; la madurez como una especie de preámbulo de la ancianidad. Cada etapa requiere ser vivida en sí misma, con sus grandezas y dificultades. El Dios que se manifiesta en el Antiguo Testamento habla al hombre, a la humanidad: la de aquel tiempo y la del momento presente; al pueblo de Israel y al pueblo de Dios; al que peregrina en el desierto y al que camina durante la Cuaresma hacia la Pascua. 

La palabra es importante en el episodio del Monte Moriah y en el Monte Tabor. En el relato del Génesis, el ángel del Señor ordena, habla y promete la bendición de Dios a Abrahán y su descendencia. En la transfiguración, Moisés y Elías conversan con Jesús (solo Lucas recoge el contenido de esa conversación, cf. Lc 9,31); Pedro interpela al Señor; la voz desde la nube invita a los discípulos y a todos los lectores a escuchar. En la nube, la visión desaparece y la atención de los lectores de cualquier época se concentra sobre aquello, más bien Aquél, que se escucha. La fe –de Abrahán, de los discípulos, de los creyentes− es sustancialmente una escucha, no solo la contemplación estática, sino una comunicación y un encuentro con Quien está más allá de lo visible y con quienes están entre nosotros en este camino cuaresmal. 

La contemplación y la escucha se entrelazan en la vida de las comunidades cristianas que, contemplando a Abrahán e Isaac, a Pedro, Santiago y Juan, no siempre comprenden los caminos de Dios y las manifestaciones de Jesús. La anticipación de la gloria en la Transfiguración da un nuevo sentido al camino cuaresmal, que se recorre junto a Jesús profeta rechazado, como Moisés y Elías. Se propone pasar de la contemplación de la Transfiguración a transfigurar nuestro camino, es decir, cambiar nuestro rostro al contemplar el Rostro de Dios. 

Los acontecimientos de ambos montes, en Uno y Otro Testamento, se convierten en relecturas del pasado, anticipos del futuro y, lo que es más importante, explicación del presente. De Abrahán −como de los discípulos− se espera una decisión: antes (Gén 22) o después (Mc 9). En este sentido, los cristianos en el camino de la Cuaresma contemplan un nuevo paradigma en la misión, forman parte del diálogo entre Dios y Abrahán, entre Jesús, Moisés y Elías, siempre disponibles para su pueblo. Los nuevos diálogos, en unos caminos siempre nuevos, nacerán de la escucha responsable en nuestras comunidades cristianas: es necesario subir al monte, es imprescindible transfigurar el camino. 

 

Isaac Moreno Sanz 

  


domingo, 21 de febrero de 2021

RULETA DE CUARESMA

PARA 3º Y 4º



PARA 5º Y 6º

sábado, 20 de febrero de 2021

REFLEXIÓN DEL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA.

 «El arcoíris, donde el Sol y la lluvia se besan» 

I Domingo de Cuaresma − Ciclo “B”



El tiempo de Cuaresma inicia bajo el arcoíris, signo de la alianza que Dios establece con la humanidad y con toda la creación. En este caso, el arco no es el arma que amenaza al hombre, sino el signo del pacto: Dios no tensa su arco, sino que ofrece un nuevo inicio con el arcoíris, paradigma de todos los nuevos inicios que tendrán lugar en historia. Llegará un momento en el que se contemplen el cielo nuevo y la tierra nueva y el mar ya no exista (Ap 21,1), mientras tanto, el recuerdo de la alianza después del diluvio sirve para iniciar nuevos caminos, como el de esta Cuaresma.

La primera lectura (Gén 9,8-15) narra el inicio de la creación nueva después del episodio del diluvio, que representa el renacimiento de la humanidad y de la creación. El diluvio –con el motivo ambivalente de las aguas− es un bautismo purificador: la primera humanidad muere en el signo de la violencia creada por el hombre (Caín y Abel; canto de Lamec…), que se había alejado del inicio que Dios vio como muy bueno (cf. Gén 1,31). Al leer esta lectura, al inicio de la Cuaresma, la alianza con Noé y con sus hijos se presenta como un abrazo a todas las esperanzas del hombre y de la creación, sin excepciones. Se trata de un beso entre el Sol y la lluvia, metáfora del beso de Dios a la humanidad. El arcoíris, que abarca a todos y a todo, no excluye, sino alcanza: ¡Cuántas exclusiones se han producido después de aquel signo! La humanidad, pecadora; la creación, limitada, parten de un Dios fiel a sus promesas y a su alianza, que ofrece nuevas oportunidades de reconciliación, de encuentro y de conversión.

La llamada a la conversión que Jesús dirige al inicio del evangelio de Marcos (Mc 1,12-15), proclamado al inicio de la Cuaresma, es una llamada a tomarse en serio el proyecto de la creación, es decir, la historia de la salvación. Tal y como Marcos expresa en griego la tentación, parece que se quiere indicar que la duración es constante, una especie de condición de vida para Jesús y para sus seguidores. El hecho de que se sitúe al inicio de su ministerio público, no excluye otras tentaciones porque, en realidad, nunca se superan del todo. La tentación requiere, por parte del creyente, una atención constante, un desierto que no tiene confines o unos cuarenta días que se convierten en años. En el desierto, los abrazos y los besos de Dios son un oasis de amor, paz y esperanza.

Marcos une en el desierto (cf. Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) elementos aparentemente extraños: la tentación; la convivencia de Jesús con las bestias salvajes; el servicio de los ángeles. El punto de partida es el desierto, donde todo tuvo inicio para Israel (cf. Jer 2,2). Se muestra que la victoria es posible: el desierto puede florecer; la tierra inundada por las aguas del diluvio puede germinar de nuevo; el paraíso perdido puede ser alcanzado. El tiempo de Cuaresma, entendido como un desierto, significa recuperar esta esperanza, no como un sueño, sino como fe en la creación y en la promesa, como muestra de la posibilidad de volver a Dios si es que en algún momento el creyente se ha separado de Él.

La Cuaresma es una nueva oportunidad, que debe suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y ayudarnos a salir de nuestras comodidades. La convivencia con la tentación, con la enfermedad o con las limitaciones del hombre –en nuestras vidas, en la Iglesia y en la sociedad− se nos ofrece una nueva posibilidad para cambiar el rumbo, para responder a Dios que nunca interrumpe el diálogo de salvación con la humanidad. El desierto puede evocar las soledades del hombre; el diluvio, lo que desborda la capacidad humana; el arcoíris, el beso de Dios a la humanidad. De esta manera, el recuerdo de la alianza se convierte en semilla de la esperanza para quien habita en el desierto, para el que se reconoce desbordado y para quien necesita del beso y del abrazo de Dios. 



Isaac Moreno Sanz

 


jueves, 18 de febrero de 2021

domingo, 14 de febrero de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA: 17 DE FEBRERO

Miércoles de Ceniza






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La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno.


Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar.


La Cuaresma son cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón. Es un tiempo de pedir perdón y perdonar.






¿Sabías que…?


Las cenizas que nos pone el sacerdote provienen de las palmas quemadas el Domingo de Ramos del año anterior.


La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo.


Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por los demás.




PARÁBOLA: EL BUEN SAMARITANO

 


 Esta parábola nos enseña acerca de la manera en que Dios quiere que las personas interactúen entre sí y que rompan todas las barreras religiosas y raciales. Dios quiere que todos se lleven bien sin importar de qué manera decidan adorarle. Esto se hace evidente en la historia por el samaritano que ayudó a un hombre que a su vez probablemente no lo habría ayudado en la misma situación.

sábado, 13 de febrero de 2021

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO

 «De la lepra a la impureza; de la exclusión a la acogida»  VI Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B” 

 

 

 

Las lecturas de este domingo, aparentemente, tratan de temas lejanos, superados y ajenos a nuestra sociedad moderna como son la lepra y la impureza, situados en el marco del Templo de Jerusalén y del sacerdocio levítico. Sin embargo, en un nivel más profundo, ponen de manifiesto cuestiones siempre actuales como son la enfermedad –a veces convertida en tema tabú−, el rechazo de la comunidad y la exclusión.  

La lepra, más que cualquier otra enfermedad, representa el mal del cual es necesario ser purificado más que curado. Dentro de las cuestiones rituales (Lev 13−14), la lepra era causa de impureza ritual. Los afectados por ese tipo de erupciones quedaban excluidos de la convivencia comunitaria y tenían que vivir fuera de las ciudades (cf. Éx 4,6; Lev 13,45-46; Núm 5,2-3). El miedo al contagio, que ha rebrotado en tiempos recientes, no diferencia entre la enfermedad y el enfermo; entre la bacteria o el virus y quien lo porta. De esta manera, el rostro del prójimo se desdibuja, escondido en una amalgama de miedos, inseguridades y desconfianzas, que se encuentran en el “sano”, más que en el “enfermo”. De este modo, la salud y la enfermedad se invierten: es posible que el que está médicamente sano, en realidad, se encuentre más enfermo que quien clínicamente sufre una patología. Ante esta inversión de la realidad cabe preguntarse ¿quién es más vulnerable? ¿el sano o el enfermo?  

Después de las curaciones de Jesús presentadas por Marcos en la jornada de Cafarnaúm (Mc 1,21-38), sorprende el encuentro con el leproso (Mc 1,40-45; cf. Mt 8,1-4; Lc 5,12-16), que no podía acercarse a la ciudad, ni interactuar con otras personas. Este punto de partida es ya una revelación: Jesús no excluye a nadie; el Evangelio llega a todos.  

La cuestión planteada por el evangelista no se sitúa en la curación, sino en la purificación: «Si quieres, puedes purificarme». El problema, tal y como es planteado por un hombre que suplica de rodillas, no es la enfermedad de Hansen, como se conoce la lepra en ámbitos médicos, sino la purificación, más aún, la exclusión que conlleva una bacteria. Las bacterias no siempre causan enfermedades, es más, muchas veces protegen al organismo contra otras infecciones. Sin embargo, algunas enfermedades causan siempre un rechazo, no solo por el contagio, sino porque el hombre, ante el sufrimiento y la debilidad, prefiere girarse, tomar otro camino o mirar para otro lado. El reducido tamaño de una bacteria (¡los virus son todavía más pequeños!) oculta el rostro del hombre, escondiendo la humanidad. No es de extrañar que sea más fácil ver la bacteria en el prójimo que la viga que hay en el propio ojo (cf. Mt 7,3). 

Volviendo al relato del evangelio, después de la imposición de silencio, Jesús indica positivamente lo que debe hacer. A través de la presentación al sacerdote se podrá reconocer la actuación del Salvador. Para la sensibilidad judía, la curación de la lepra es una victoria escatológica. Para los lectores cristianos, en una segunda lectura, la curación y la purificación se comprenden como la reincorporación en la comunidad, mediante el anuncio de la liberación en Cristo y la obediencia de la fe. El gesto de Jesús al tocar al leproso tiene un efecto inmediato, no solo terapéutico. Jesús sana y rompe la barrera de separación que la enfermedad y la impureza ritual crearon en torno al hombre leproso y arrodillado. Incluso antes de que sea readmitido oficialmente en la comunidad experimenta la cercanía y la aceptación del que quiere que quede limpio. 

La curación no significa nada hasta que la sociedad no la reconozca como purificación. El individuo solo vive plenamente a partir del momento en que se reintegra a la comunidad. De esta manera, se ofrece una pauta de actuación: pasar de la exclusión −por causas minúsculas− a la acogida; anunciar −desde nuestra pequeñez− la alegría del Evangelio. 

 

 

Isaac Moreno Sanz 

  


martes, 9 de febrero de 2021

Contagia solidaridad para acabar con el hambre. Campaña de Manos Unidas.

 MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE HABÉIS PARTICIPADO EN LA CAMPAÑA DE MANOS UNIDAS.

LA RECAUDACIÓN HA SIDO DE 301,26 EUROS.MIL GRACIAS POR VUESTRA SOLIDARIDAD.


En su Campaña 62, que en 2021 se llevará a cabo con el lema "Contagia solidaridad para acabar con el hambre", Manos Unidas se centrará en denunciar las consecuencias que la pandemia de coronavirus está teniendo entre las personas más vulnerables del planeta y en promover la solidaridad entre los seres humanos como única forma de combatir la pandemia de la desigualdad, agravada por la crisis sanitaria mundial, que castiga con hambre y pobreza cientos de millones de personas en todo el mundo. 

 

 

  

 

 

 

sábado, 6 de febrero de 2021

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO

 «El dolor: Grito, lamento y esperanza»  

V Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B” 

 

 

 

Las lecturas de este domingo V del Tiempo Ordinario ponen de manifiesto uno de los grandes enigmas del hombre: el dolor. Partiendo de uno de los monólogos más elocuentes del libro de Job, se introduce la acción de Jesús ante muchos enfermos y poseídos (Mc 1,29-39). 

En el capítulo 7, Job se dirige a Dios, puesto que con sus amigos −Elifaz, Bildad, Zofar− el diálogo es imposible. Los amigos hablan de Dios, Job habla con Dios: ¿no es acaso esto último la oración? Se dirige a Dios en un momento de sufrimiento extremo, donde nada parece tener sentido, porque  la oración ante el dolor no puede ser una sonrisa, es inevitablemente un grito, un lamento. En este grito utiliza varias imágenes: el jornalero, incapaz a la hora de tomar decisiones; el esclavo, maniatado ante la libertad; la lanzadera, aprisionado ante la  fugacidad de la vida. La última imagen, la lanzadera, instrumento del telar que pasa de un lado a otro de la trama alternativamente por encima y por debajo de la urdimbre, representa la vida como el ir y venir alterno e inquieto (cf. Ecl 1,2-11). De esta manera, cada vez que se añade una línea a la tela de la vida, disminuye la esperanza de terminar el dibujo, porque a Job, en cualquier momento, le cortarán de un tirón la trama. ¿No es acaso la mejor opción? Job se lamenta diciendo «al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba?» (Job 7,4). 

Después de estos gritos y lamentos se presenta a Jesús, en el evangelio, situado en el centro de una humanidad sufriente. El sufrimiento se presenta, en primer lugar, en el rostro de una mujer que llevaba tiempo conviviendo con la enfermedad. El evangelista, antes de presentar una muchedumbre anónima, realiza un primer plano, donde el dolor se aumenta, porque para el cristiano no hay enfermedades, sino enfermos; no hay sufrientes anónimos, sino rostros concretos que conviven con el dolor. La proximidad de Jesús y la superación de las barreras (¡cuántas barreras son colocadas ante el dolor!) permite a la suegra de Pedro ponerse al servicio, no solo de Jesús, sino de todos. El silencioso grito de dolor de la suegra de Pedro ante Dios se transforma en elocuente servicio a los hermanos. El texto resume otros encuentros, en medio de un anonimato que incluye a los lectores del evangelio: como espectadores; como protagonistas; como testigos. El dolor del prójimo, por desgracia, siempre será dolor a mitad; nuestra fe, gracias a Dios, siempre será esperanza compartida. 

Leyendo el libro de Job, el problema del dolor parece que no encuentra una verdadera respuesta. Ni siquiera la jornada modelo de Jesús en Cafarnaúm (Mc 1,21-38), donde cura a muchos, pero no a todos, ofrece una solución al dolor. Será la muerte y la resurrección de Jesús la que transforme la muerte –expresión suprema del dolor– en vida. Al final del libro de Job se intuye la esperanza: «te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos» (Job 42,5); al inicio del evangelio de Lucas se anuncia la esperanza para todos los pueblos: «ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto tu salvación» (Lc 2,29-30). De esta manera, el dolor que se expresa en diferentes gritos y lamentos, se convierte en esperanza; la muerte no es la palabra definitiva. Nuestras comunidades cristianas están necesitadas, cada vez más, de personas que acompañen en el sufrimiento; de creyentes que anuncien la esperanza en medio del dolor; de oídos que escuchen los gritos de lamento (¡Tantas veces dirigidos a Dios!); de voces que anuncien la Voz de la esperanza. 

El Evangelio, anunciado por Jesús, es la semilla de la esperanza, sembrada precisamente en el corazón del sufrimiento. Ante los acusadores del hombre, como podían ser los amigos de Job, no sirve solo el grito desesperado, sino ver brotar la esperanza que, como la suegra de Pedro, se pone al servicio de los hermanos. 

 

Isaac Moreno Sanz 

  


martes, 2 de febrero de 2021

LAS PARÁBOLAS DE JESÚS.

 


 

 Las Parábolas de Jesús, son breves relatos con los cuales el Señor enseñaba al pueblo y a sus discípulos. De forma que pudieran comprender el mensaje de Dios y su Reino, a través de historias comparativas, simbólicas, reflexivas y creíbles. Estas enseñanzas se encuentran en los evangelios de la biblia.

 

 

La historia es  la de un padre  que tenía dos hijos, y cuando el menor llegó a la mayoría de edad, le pidió que le diera su parte de la herencia. El padre le concede su petición y pronto su hijo se va para otro país, donde malgasta su riqueza con una forma de vida suntuosa en la que desperdicia y hace toda clase de gastos innecesarios.

Después de que ha malbaratado todo su dinero, escasamente logra sobrevivir con un empleo en el que cuidaba cerdos. Hambriento y sin dinero, él empieza a recapacitar. Decide volver donde su padre y pedirle perdón por su necia conducta. Espera que su padre lo acepte tan solo como uno de sus siervos. Para su sorpresa, y el disgusto de su hermano mayor, su padre le da la bienvenida a su hijo menor, con una gran celebración (Lucas 15:11-32).

Cuando entendemos que esta parábola es una historia imaginaria para ilustrar un punto espiritual, podemos percibir rápidamente que Jesús está usando este relato para enseñarnos del amor que Dios el Padre tiene por cada uno de nosotros. Y, si bien todos hemos sido pecadores, como lo fue el hijo pródigo, es consolador, reconfortante, y sí, es casi incomprensible que Dios el Padre esté dispuesto a aceptarnos de regreso, dados los errores que hemos cometido.