viernes, 29 de enero de 2021

REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO

«Del profeta a la Palabra» IV Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B”

 La conexión entre la primera lectura (Dt 18,15-20) y el evangelio del IV Domingo del Tiempo Ordinario (Mc 1,21-28) no se presenta de manera clara, como en otras ocasiones. 

Veamos, a continuación, cómo podemos encontrar la relación entre los textos de ambos Testamentos. En el contexto de Dt 18,15-20, se indica que después de Moisés, Dios suscitará un profeta «como él» para los israelitas. Es necesario subrayar que «como Moisés» no significa exactamente igual a Moisés, sino que este profeta tendrá la misma relación que Moisés tuvo con el pueblo y con la palabra del Señor. En esta relación destaca la presencia de uno de los verbos empleados en la resurrección en Dt 18,15. 

En efecto, el verbo que se traduce por «suscitar», puede significar «resucitar» en otros contextos, de tal manera que no solo se establece una predicción, sino fundamentalmente se conecta la acción de Dios en Moisés y en Jesús. Aunque se emplee el mismo verbo, en cada uno la acción −mejor dicho, las acciones− y las consecuencias son diferentes. 

También hoy, Dios sigue suscitando profetas y resucitando situaciones, es decir, ofreciendo nuevas esperanzas y compartiendo una nueva vida. En el evangelio, la acción de Jesús es descrita por Marcos con un imperfecto («enseñaba», Mc 1,21). De esta manera, se muestra la continuidad en la acción de Jesús: un proceso que se repite en el pasado (predicación de Jesús); se pone por escrito para la comunidad de Marcos y, gracias a la proclamación del Evangelio en nuestras liturgias, se actualiza en el presente domingo IV del Tiempo Ordinario. 

 Esta y otras indicaciones, muestran que la unidad literaria (Mc 1,21-38) recoge una especie de jornada modelo de Jesús, paradigma de la actividad profética del Mesías en medio de su pueblo. El marco geográfico, la ciudad de Cafarnaúm, junto con el marco religioso, la sinagoga, ambas realidades “ordinarias”, dan pie a un acontecimiento “extraordinario”: la liberación de un espíritu inmundo. En efecto, la liberación, no olvidemos que Moisés fue mediador y testigo de la gran liberación de los israelitas, sigue produciéndose a través de las palabras de Jesús, manteniendo la promesa del Dios de Israel: «pondré mis palabras en su boca» (Dt 18,18; cf. Jr 1,9; 5,14).

 Las palabras liberadoras de Dios siguen poniéndose en los labios de quienes anuncian, con alegría, el Evangelio en nuestros días. Las palabras de Jesús en el relato son breves: «Cállate y sal de él» (Mc 1,25). El imperativo de verbo «callar», en realidad, corresponde a «amordazar». Jesús, profeta, aparentemente desarmado de todo poder, cuenta únicamente con su palabra, al igual que el creyente cuenta con la Palabra, de esta manera, consigue restituir al hombre a Dios y a sí mismo. La ambivalencia de Mc 1,27 (el texto no deja claro si la autoridad se refiere a la enseñanza de Jesús o al propio exorcismo) amplían el horizonte del prodigio, proponiendo a los lectores de cualquier época la coherencia entre las palabras y las acciones de Jesús como punto de reflexión y pauta de actuación.

 La autenticidad y la coherencia constituyen la esencia de la autoridad de Jesús, transformándose en testimonio para los creyentes, de tal manera que, el testimonio de Jesús invita a los lectores a examinar su propia vivencia religiosa, a hacerla de nuevo auténtica. La relación entre Moisés, inicio de la profecía para el pueblo de Israel (cf. Lc 24,27; cf. Hch 3,22-23; 7,37) y Jesús, palabra definitiva de Dios, puede establecerse, en este domingo, desde la continuidad de la historia de la salvación. 

Efectivamente, los lectores están llamados a escuchar y acoger las palabras de ambos Testamentos, encontrando en Moisés un profeta, reconociendo en Jesús al Profeta. El rechazo, posible desde la libertad del hombre (Dt 18,19-20; cf. Jn 1,11), sería como auto-colocarse una mordaza en los oídos. El profeta Moisés, suscitado por Dios antecede a Jesús Profeta, Hijo de Dios, «re-sucitado» por Dios, que acalla las voces que oprimen, humillan y esclavizan, para hacer que suene con autoridad su Voz –Palabra de Dios− en medio de nuestras comunidades.

 Isaac Moreno Sanz

lunes, 25 de enero de 2021

DÉCALOGO PARA LA PAZ.

1.- Eres alguien muy importante. Quiérete.´

2.- Valora tus amigos. Les dará seguridad.

3.- Descubre todo lo que te une a los demás por encima de lo que te separa.

4.- Respeta las opiniones. Así contribuirás al diálogo.

5.- Aprende a escuchar, comprenderás mejor a los demás.

6.- Esfuérzate en terminar tus tareas. Disfrutarás con el resultado.

7.- Cumple con tus responsabilidades, los demás lo necesitan.

8.- Trabaja en grupo. Nadie sabe más que todos juntos.

9.- Comparte tus cosas con los demás. Te hará muy feliz.

10.- Pon paz dentro de ti, así pondrás paz a tu alrededor.



SOPA DE LETRAS SOBRE LA PAZ PARA INFANTIL





sábado, 23 de enero de 2021

REFLEXIÓN DE NUESTRO PÁRROCO PARA EL DOMINGO

 «La vocación de Dios y la misión del hombre»  

 Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B” 

 

 

El hombre, que desde siempre ha buscado a Dios, se ha encontrado con Él en muchas ocasiones. En estos encuentros ha recibido, en algunas ocasiones, una misión, una vocación o un encargo. En este III Domingo del Tiempo Ordinario se nos presentan dos relatos de vocación, distanciados en el tiempo, diferentes en la misión y, sin embargo, con los mismos interrogantes: Dios que llama; el hombre que responde.  

La primera lectura (Jon 3,1-5.10) recoge un mandato de Dios al profeta: «Ponte en marcha y ve». El imperativo, que significa «álzate», «ponte en pie», «prepárate», suele ser utilizado por Dios en momentos importantes para dirigirse a su pueblo o a algunos protagonistas de la historia de la salvación como Abrahán o Moisés. También, en otras ocasiones, es empleado para indicar un movimiento del hombre que se aleja de Dios: en el engaño de Jacob a Isaac (Gén 27,19); en el encargo del pueblo a Aarón del becerro de oro (Éx 32,1). Todo esto refleja que el movimiento en sí no garantiza nada, que la misma fuerza puede ser utilizada para acercarse a Dios, como para separarse de Él.  

Las duras palabas de Jonás, «Nínive será arrasada», en el plazo de «cuarenta días», constituye una llamada a la conversión. La vida del creyente, a caballo entre los próximos cuarenta días o los cuarenta años –pasados o futuros−, precisa de una puesta en marcha que, a veces, se produce sin dar un solo paso, sin pronunciar una sola palabra o sin ser acogida por los que escuchan. El testimonio no siempre se transforma en grandes discursos porque, a veces, las muchas palabras, incluso en ámbitos eclesiales, pueden esconder la fuerza y la vida de la Palabra de Dios. 

Recordemos una breve parábola. En cierta ocasión, un profeta llegó a un pueblo. Comenzó a predicar y la gente oía, pero no cambiaba; le escuchaban, pero no se convertían. El tiempo pasaba y la situación continuaba siendo la misma, aunque cada vez eran menos los que acudían a sus predicaciones, menos aún los que oían y escasos los que prestaban atención. Al cabo de un tiempo, años quizás, alguien le preguntó: «¿Por qué sigues predicando?». El profeta respondió: «Al inicio, predicaba para cambiarlos; ahora predico para que yo no me convierta como ellos».  

La conversión es el punto de partida del evangelio de Marcos (Mc 1,4) y del fragmento del evangelio del que se lee en el III Domingo del Tiempo Ordinario (Mc 1,14-20). La conversión, conexión evidente con la primera lectura, encierra un nexo aún mayor: la misión del profeta Jonás continúa en la llamada de los primeros discípulos. Así, los nombres de Simón, Andrés, Santiago y Juan se añaden a una memoria precedente, donde se encontraba Jonás, dejando abierta la lista para incorporar tantos y tantos nombres. También ellos, como nosotros, se ponen en camino: unos dejan las redes, otros seguridades; unos la barca, otros llantos, alegrías, compras o negocios (segunda lectura, 1Cor 7,29-31); unos recorrieron Nínive o Galilea, otros ciudades industrializadas, barrios periféricos o pequeños pueblos alejados de las grandes urbes. En resumen, los nombres aumentan, la vocación permanece, porque en el fondo, la llamada (esto es lo que significa el término “vocación”) es tanto de Dios que habla, como de los hombres y mujeres que escuchan; del Dios que envía, como del creyente que acoge la misión.  

La vocación de Dios, en cuanto que sigue llamando al hombre, continúa a pesar de las dificultades. No en vano, el evangelio de este domingo parte de una situación trágica: «Cuando arrestaron a Juan» (Mc 1,14). En definitiva, se puede afirmar que es posible acallar a un profeta, el Bautista, pero es imposible silenciar la Palabra; es probable que alguna misión no tenga un efecto inmediato, sin embargo, es imposible que Dios se arrepienta de su promesa, «pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rom 11,29).  

 

 

 

Isaac Moreno Sanz 

  


domingo, 17 de enero de 2021

REFLEXIÓN DEL DOMINGO

 «Del Dios que habla al Dios que nos habla»  

 Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B” 

 

 

A lo largo de nuestra vida hay momentos en los que la voz de Dios suena clara y fuerte, mientras que en otras ocasiones apenas se siente y con dificultad se escucha. Normalmente, no depende de la Voz misma, sino de nuestros oídos: a veces atentos, a veces renuentes. Las lecturas del II Domingo del Tiempo Ordinario nos presentan este aspecto central de la vida cristiana, porque la misión de la Iglesia, como la de cada creyente, tiene siempre el punto de inicio en la respuesta a una Voz que llama. 

Iniciamos en este Domingo el Tiempo Ordinario, después del Adviento y de la Navidad. Comenzar un proyecto o una nueva etapa es un reto, un desafío, que se presenta cargado de dificultades y oportunidades. En efecto, el Tiempo Ordinario nos ofrece un nuevo marco para encontrarnos con Dios en lo cotidiano, en lo sencillo, en las cosas de cada día. Este encuentro, que se produce en la normalidad, es clave para poder descubrir a Dios en los momentos especiales. Para poder reconocer la Voz que llama en lo extraordinario, es necesario haberla escuchado en lo Ordinario. En otros términos, si el creyente no se encuentra con el Misterio en el Tiempo Ordinario, tendrá dificultades para contemplar a Dios en los tiempos fuertes y en los grandes acontecimientos. 

El tiempo en el que se coloca la llamada de Samuel (1Sam 3,3b-10.19) es un momento difícil de la historia de Israel, por diversas razones. A nivel político, los filisteos constituyen una amenaza, debido a las constantes incursiones en el territorio de Israel. A nivel religioso, la imagen del “adormilado” sacerdote Elí representa las dificultades del pueblo para recordar a Aquel que lo había hecho salir de Egipto y lo había conducido a la tierra prometida. Sin embargo, a pesar de todo ello, la voz del Señor sigue sonando, débil y confusa, no por quien habla, sino por quien escucha. La respuesta de Samuel, no la primera, ni la segunda, sino la tercera vez, se convierte en modelo de disponibilidad del creyente de cualquier época. Sorprende la fuerza del imperativo empleado por Samuel: «¡Habla!» (1Sam 3,10). Se trata de una petición, casi una exigencia, de un niño a Dios, como queriendo decir: Señor, no dejes de hablarme; Señor, no dejes de llamarme por mi nombre. La acogida de Samuel, del pequeño niño, se convierte en modelo paradigmático de escucha, porque los pequeños, antes de pronunciar grandes discursos, nos regalan frases de una profundidad asombrosa: «¡Habla, que tu siervo escucha!». El evangelio (Jn 1,35-42) ofrece una conversación entre Jesús y sus dos primeros discípulos. Se trata de un buen ejemplo del lenguaje simbólico de Juan. En un primer sentido, se habla de la morada de Jesús, sin embargo, la terminología empleada, remite a un segundo nivel de comprensión, que aborda la cuestión fundamental de la revelación. En efecto, la pregunta «¿Qué buscáis?» puede tener una respuesta inmediata en el texto, aunque la estrategia comunicativa ofrece una nueva posibilidad de comprensión, más allá de los límites literarios. De esta manera, el interrogante formulado por el Maestro permanece abierto para todos los lectores del evangelio de Juan, es más, esta cuestión inicial da pie a nuevas preguntas: ¿Qué buscamos?; ¿A Quién buscamos?; ¿Dónde lo buscamos? Jesús es quien toma la iniciativa en la conversación –en el Antiguo Testamento, también Dios da el primer paso− ofreciendo la posibilidad de respuesta a los discípulos que, en realidad, genera nuevas preguntas. La respuesta de los dos discípulos («¿Dónde vives/permaneces?») vincula su búsqueda −¿también la de los creyentes de hoy?− con el lugar de la vida verdadera, con el lugar donde sentido, seguridad y plenitud pueden ser hallados y, por tanto, con la persona de Jesús. La propuesta del Maestro, «Venid y veréis», en diálogo con el imperativo del niño Samuel, ofrecen una nueva promesa: Dios que habla, Dios que muestra; Dios que nos habla y Dios que se nos muestra. 

 

 

Isaac Moreno Sanz 

  


martes, 12 de enero de 2021

BAUTISMO DEL SEÑOR.



 

 

 

 Y una voz del cielo decía: "Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él." Mateo 3:17

 Dios envió a un hombre llamado Juan el Bautista para preparar a la gente para la venida de Jesús. 

Juan les dijo que dejaran el pecado (las cosas que no agradan a Dios) y que se acercaran a Dios. Después que hacían una decisión de seguir a Dios, Juan los bautizaba en el río Jordán.

 Un día Jesús vino a Juan y le pidió que lo bautizara. Al principio, Juan no quería hacer esto porque Jesús es perfecto y no había hecho ningún mal. Juan le dijo que el necesitaba que Jesús lo bautizara a él. 

Jesús entonces explicó que el ser bautizado era algo que Dios quería que él hiciera. Era una manera de mostrar a todos que Jesús obedecía y seguía a Dios. 

domingo, 10 de enero de 2021

PARA LAS FAMILIAS, DE NUESTRO PÁRROCO.

 Nuestro querido párroco, Isaac Moreno, nos regala unas reflexiones para este domingo. Espero que os guste tanto como a mí. 

«Bautismo del Señor y vuelta a la “normalidad”»  

 

 

Concluimos este domingo el Tiempo de Navidad con la celebración del Bautismo del Señor. Este tiempo es especialmente intenso, ya que las celebraciones se suceden una tras otra, casi sin darnos tiempo a contemplar la profundidad que encierran. Efectivamente, en apenas dos semanas hemos celebrado el Nacimiento de Jesús el Salvador, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y la Epifanía. Estas celebraciones litúrgicas se complementan con otras que no deben pasar desapercibidas para el creyente, ofreciéndonos la posibilidad de volver a ellas, incluso cuando pase el tiempo de Navidad, como son la celebración de San Esteban, primer mártir cristiano; la jornada de la Sagrada Familia, que este año ha llevado por lema “Los ancianos tesoro de la Iglesia y de la sociedad”; y, por último, la celebración en este domingo del Bautismo del Señor.  

De esta manera, reflexionar hoy sobre el bautismo –el del Señor y el nuestro− no es una especie de ornamento innecesario en una obra de arte o un inútil tirabuzón en un salto a la piscina. Por el contrario, en medio de la actual crisis de fe, es una reflexión necesaria sobre nuestra propia fe, tratando de actualizar quién es Jesucristo y qué estamos llamados a ser los cristianos. 

En el evangelio de Marcos –a diferencia de Mateo− destaca la personalización del relato del 

Bautismo, poniendo de relieve que solo Jesús ve la apertura de los cielos y el descenso del Espíritu Santo. La voz del cielo no se dirige a los presentes, sino a Jesús mismo, expresándose en términos de relación «yo-tu»: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto». La experiencia personal de Cristo, situado en una fila con los pecadores, se convierte en punto de partida de la reflexión del cristiano, situado en el mundo en el cual Dios ha decidido habitar. 

Con esta reflexión cerramos el tiempo de Navidad, que como se ha mostrado es una especie de acordeón que necesita volverse abrir una y otra vez para que la música suene en su completa armonía, para reflexionar así sobre toda su riqueza. En esta semana próxima, comenzará el Tiempo Ordinario. Iniciar un proyecto o una nueva etapa es un reto, un desafío, que se presenta cargado de dificultades y oportunidades. En efecto, el Tiempo Ordinario nos ofrece un nuevo marco para encontrarnos con Dios en lo cotidiano, en lo sencillo, en las cosas de cada día. Este encuentro, que se produce en la normalidad, es clave para poder descubrir a Dios en los momentos especiales (¿Acaso no fue especial el momento del Bautismo de Jesús o el nuestro?). Para poder reconocer la Voz que llama en lo extraordinario, es necesario haberla escuchado en lo Ordinario. En otros términos, si el creyente no se encuentra con el Misterio en el Tiempo Ordinario, tendrá dificultades para contemplar a Dios en los tiempos fuertes y en los grandes acontecimientos.  

En definitiva, es necesario escuchar este domingo la voz del cielo y prestar especialmente atención a las veces que esa voz resuena entre los hombres. Así es la Palabra de Dios que se revela en lenguaje humano; de esta manera se produce la revelación del Verbo, que se conjuga en tiempos y modos divinos y humanos, ordinarios y extraordinarios. 

 

 

Isaac Moreno Sanz