«De la lepra a la impureza; de la exclusión a la acogida» VI Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo “B”
Las lecturas de este domingo, aparentemente, tratan de temas lejanos, superados y ajenos a nuestra sociedad moderna como son la lepra y la impureza, situados en el marco del Templo de Jerusalén y del sacerdocio levítico. Sin embargo, en un nivel más profundo, ponen de manifiesto cuestiones siempre actuales como son la enfermedad –a veces convertida en tema tabú−, el rechazo de la comunidad y la exclusión.
La lepra, más que cualquier otra enfermedad, representa el mal del cual es necesario ser purificado más que curado. Dentro de las cuestiones rituales (Lev 13−14), la lepra era causa de impureza ritual. Los afectados por ese tipo de erupciones quedaban excluidos de la convivencia comunitaria y tenían que vivir fuera de las ciudades (cf. Éx 4,6; Lev 13,45-46; Núm 5,2-3). El miedo al contagio, que ha rebrotado en tiempos recientes, no diferencia entre la enfermedad y el enfermo; entre la bacteria o el virus y quien lo porta. De esta manera, el rostro del prójimo se desdibuja, escondido en una amalgama de miedos, inseguridades y desconfianzas, que se encuentran en el “sano”, más que en el “enfermo”. De este modo, la salud y la enfermedad se invierten: es posible que el que está médicamente sano, en realidad, se encuentre más enfermo que quien clínicamente sufre una patología. Ante esta inversión de la realidad cabe preguntarse ¿quién es más vulnerable? ¿el sano o el enfermo?
Después de las curaciones de Jesús presentadas por Marcos en la jornada de Cafarnaúm (Mc 1,21-38), sorprende el encuentro con el leproso (Mc 1,40-45; cf. Mt 8,1-4; Lc 5,12-16), que no podía acercarse a la ciudad, ni interactuar con otras personas. Este punto de partida es ya una revelación: Jesús no excluye a nadie; el Evangelio llega a todos.
La cuestión planteada por el evangelista no se sitúa en la curación, sino en la purificación: «Si quieres, puedes purificarme». El problema, tal y como es planteado por un hombre que suplica de rodillas, no es la enfermedad de Hansen, como se conoce la lepra en ámbitos médicos, sino la purificación, más aún, la exclusión que conlleva una bacteria. Las bacterias no siempre causan enfermedades, es más, muchas veces protegen al organismo contra otras infecciones. Sin embargo, algunas enfermedades causan siempre un rechazo, no solo por el contagio, sino porque el hombre, ante el sufrimiento y la debilidad, prefiere girarse, tomar otro camino o mirar para otro lado. El reducido tamaño de una bacteria (¡los virus son todavía más pequeños!) oculta el rostro del hombre, escondiendo la humanidad. No es de extrañar que sea más fácil ver la bacteria en el prójimo que la viga que hay en el propio ojo (cf. Mt 7,3).
Volviendo al relato del evangelio, después de la imposición de silencio, Jesús indica positivamente lo que debe hacer. A través de la presentación al sacerdote se podrá reconocer la actuación del Salvador. Para la sensibilidad judía, la curación de la lepra es una victoria escatológica. Para los lectores cristianos, en una segunda lectura, la curación y la purificación se comprenden como la reincorporación en la comunidad, mediante el anuncio de la liberación en Cristo y la obediencia de la fe. El gesto de Jesús al tocar al leproso tiene un efecto inmediato, no solo terapéutico. Jesús sana y rompe la barrera de separación que la enfermedad y la impureza ritual crearon en torno al hombre leproso y arrodillado. Incluso antes de que sea readmitido oficialmente en la comunidad experimenta la cercanía y la aceptación del que quiere que quede limpio.
La curación no significa nada hasta que la sociedad no la reconozca como purificación. El individuo solo vive plenamente a partir del momento en que se reintegra a la comunidad. De esta manera, se ofrece una pauta de actuación: pasar de la exclusión −por causas minúsculas− a la acogida; anunciar −desde nuestra pequeñez− la alegría del Evangelio.
Isaac Moreno Sanz
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